La UEFA y la FIFA deben entender que el show no puede continuar

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El planeta vive unos momentos muy tensos. El COVID-19, comúnmente conocido como coronavirus, está yendo de un lado a otro contagiando a propios y extraños. Los gobiernos están tomando medidas excepcionales: cuarentenas, suspensión de clases, evitación de aglomeraciones… Sin embargo, no todos parecen dispuestos a ello. El fútbol continúa. La ​Champions League muestra estadios repletos en determinados países y LaLiga pretende jugar sus encuentros a puerta cerrada. Se olvidan de los dos elementos principales: la salud y la afición.

El balompié que se fundó en Inglaterra y se extendió a lo largo de todo el planeta ya no es solo un deporte. El marketing lo ha convertido en una industria. Son muchísimos los millones que se mueven por personas que pegan una patada a un balón. El fútbol moderno conquistó el terreno: la mercantilización, los patrocinios y el branding impusieron sus criterios. Ahora, LaLiga mueve más de un 1% del PIB en España y la FIFA es uno de los grandes organismos del panorama internacional. Esto ocurrió cuando el verde del billete se impuso al del césped.

Las medidas monetarias obligan a los dirigentes futbolísticos a pensarse demasiado sobre qué hacer ante la crisis del coronavirus. Navegando en las aguas neocapitalistas y neoliberales, son feroces y salvajes y sus mentes no pueden salir más allá de las millonarias pérdidas que supondrían un parón o una suspensión. Deben entrar en razón. El fútbol, más allá de lo que ocurre en los despachos, busca unos valores y un ejemplo para la sociedad. De nada sirven las campañas contra el racismo o la violencia si en una ocasión como esta no se piensa en las personas. Hay que parar.

El mejor ejemplo para el mundo y el mayor método de concienciación sería el parón. No jugar a puerta cerrada y permitir estadios vacíos, esa no es la solución. El deporte de las calcetas, los tacos, el balón y las porterías tiene que levantar la mano y ser el primero en parar. Evitar que los jugadores viajen de un lugar a otro y que las aficiones lloren en las puertas de los estadios sin poder entrar a su templo. Todo, hasta el interés monetario, ha de tener límites.