Por el bien de todos, Isco debe irse del Real Madrid
Hubo una vez, hace no mucho tiempo, un futbolista malagueño consiguió conquistar al madridismo. El futbolista, aunque no conseguía regularidad, brillaba cuando entraba en el contacto con el esférico. Levitaba sobre el césped, hacía virguerías con el balón y veía lo que nadie era capaz. La ilusión fue tal que aquel chico contrajo matrimonio con el Santiago Bernabéu. Sin embargo, poco a poco, la relación se fue diluyendo. El marido se dejó ir, perdió autoestima, bajó de forma y ya no se comportaba como antes. La relación, rota, ya no tiene arreglo. El adiós es la mejor opción.
El protagonista de nuestra historia es Francisco Alarcón, Isco, el mediapunta del Real Madrid. El futbolista ya no es ni un resquicio de lo que fue. Acumula suplencias y malos partidos, ha perdido la chispa y la ilusión por triunfar con la elástica blanca. Fuera de forma, todos sus defectos, que siempre los tuvo, brillan ante la falta de elogios. Su nulo conocimiento táctico y su falta de intensidad son mucho más visibles sin los resquicios de magia que le hicieron brillar.
Isco es un habitual en las tertulias y críticas deportivas. Algunos hablan de sus problemas extradeportivos, otros que le ha salido algo de barriguilla, otros que está fuera de forma… Sea como fuere, todos coinciden en que poco queda de aquel jovenzuelo que salió de la cantera del Valencia para conquistar Málaga y enamorar al Real Madrid. Más de zapping que de estadio, el madridismo ha dejado de creer en él.
Isco es consciente de lo que ocurre, no se le escapa que está demasiado roto para poder arreglarlo y ha pedido salir del Real Madrid. Zidane, en rueda de prensa, le mandó un mensaje de confianza, pero tampoco cerró la puerta a su salida. Lo mejor es que todo termine, cada uno por su lado. Siempre quedará el recuerdo.