A 10 años de un mes repleto de emociones cruzadas

Parecía imposible que algún día pudiéramos ver a un jugado español levantando una Copa del Mundo y justo hoy se cumplen diez años desde que la selección bordó su primera estrella de campeón en la camiseta. El mito de los cuartos de final, las decepciones en mundiales como el año 82 en casa o en 2002 con los árbitros, todo se dejó atrás.

Las sensaciones eran buenas antes de empezar. Había un equipazo y un estilo de juego ganador. La fórmula funcionaba. Pero se empezó con un revés de grandes dimensiones con la derrota ante Suiza. Un servidor recuerda aquel partido - quizás de forma errónea - como el más brillante de España, en el que mejor fútbol se hizo. Pero la selección estuvo negada de cara al gol y perdió encajando uno rocambolesco. Visto en perspectiva, fue el mejor comienzo posible, desde ese día la mala suerte desapareció o lo que es lo mismo, España ya tenía de cara la suerte del campeón.

Contra Honduras y Chile solo valía ganar. Desde entonces el juego se volvió mucho más pragmático, con menos alardes, pero con la suficiente eficacia como para pasar primera de grupo. A ello ayudó David Villa, que se colocó como el hombre gol del equipo. Para el recuerdo, me queda el gol del asturiano ante Chile después de una mala salida de Claudio Bravo.

El guión en octavos (Portugal) y cuartos de final (Paraguay) fue muy parecido. Fueron encuentros donde parecía imposible que la selección española pudiera marcar. Es más, los goles de Villa llegaron incluso con suspense, con el palo ayudando a que entrara. Hubo un cúmulo de factores que decantaron la balanza a favor de España: Xavi e Iniesta fueron determinantes en los goles, Casillas, muy criticado, por fin apareció atajando un penalti al paraguayo Cardozo, Del Bosque acertó con los cambios. Se hicieron las cosas bien, pero el viento soplaba de cara.

Y llegaron las semifinales contra Alemania. En la previa de ese partido había nervios. Nadie en España había visto a la selección llegar tan lejos en un mundial y Alemania venía jugando muy bien. Lo que no sabíamos es que los alemanes tenían incluso más nervios. Ese fue el partido de Busquets, que secó a Ozil, pero también de Pedro, que volvió loca a la defensa alemana, y por supuesto, de Puyol. Costó abrir la lata contra Alemania. Se jugó mucho mejor que en los partidos anteriores, pero no había forma de marcar en la portería defendida por Neuer. Al final el gol llegó de córner, con el central del Barça llegando desde atrás como si fuera un tanque para rematar el balón hacia la portería.

En la final tocó jugar contra la selección holandesa, aunque pareció más bien que quienes se habían presentado en el Soccer City fue el ejercito tulipán. Más allá del gol de Iniesta, ese partido quedará marcado por la patada de De Jong a Xabi Alonso en el pecho y por la permisividad de Howard Webb. No fue la mejor final de una Copa del Mundo, pero fue nuestra final, en la que España se proclamó campeona del mundo por primera vez. Tuvimos miedo, Robben casi nos priva del sueño en dos ocasiones, pero el minuto 116 de ese partido ya está en la memoria de todos aquellos que vimos ese partido. Tuvo que ser Iniesta, que sufrió lo suyo esa temporada, el héroe de la final.

La victoria llegó en un momento clave. El país no atravesaba un buen momento, la crisis golpeaba a la sociedad pero aquella victoria sirvió de bálsamo. Durante unos pocos días, el fútbol ayudó para que se olvidasen los problemas cotidianos. Costó lo suyo, se sufrió, pero no todos los días uno ve a su país ganar la Copa del Mundo, había que celebrarlo.

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