El fútbol sin los hinchas no es nada
Silencio. Una gota de sudor cae desde la cabeza para deslizarse por la frente y terminar en la rodilla. Se escucha el impacto de la gota con el césped. Agua contra agua de un verde ya regado. Golpes a un balón que rueda y gira. Pisadas. Instrucciones y silbatos. Piiii, falta. "Seis, está usted amonestado". Ruido de un spray. Gente cerca, se colocan juntos. Tres pasos hacia atrás. Se escucha un fuerte ruido, un pie impacta con el balón. El impacto de las piernas en un salto. Un guante acaricia el esférico. El sonido de un balón impulsando la red. Dos abrazos, tres gritos. Nada. La pasión no existe, el fútbol muere.
Han pasado 90 minutos y no se ha escuchado el sonido de las pipas, de las conversaciones de compañeros de grada, de familiares que tan solo se ven de domingo a domingo. Los fondos no corean canciones ni practican rituales para llevar al equipo a la victoria. Nadie arenga a los demás para que canten. Ningún entrenador de graderío manda instrucciones, nadie cuestiona la capacidad del árbitro o el rival. No hay pitos ni aplausos. Los goles son insonoros. La grada está vacía. El estadio llora, el futbolista no vive.
No es una pesadilla, es aquello que viviremos las próximas semanas con los partidos a puerta cerrada. Dos clubes luchando por intereses económicos, no por amor a unos colores. Las hinchadas no estarán y el juego llorará sus consecuencias. Los partidos no serán aplazados, el dinero debe continuar. Aquellos que toman estas medidas olvidan que la grandiosidad de este deporte le empuja mucho más allá de lo que ocurre en el verde. El fútbol sin aficionados es como bailar sin música.
El incondicional, el futbolero, el apasionado, incluso el que acude una vez porque un amigo de su primo le ha dicho que nosequién tenía invitaciones. Todos ellos forman parte importante del fútbol. El balompié tiene entre sus filas a miles de irreductibles y ocasionales que respiran por una camiseta y por un escudo. Aquellos que hablan de su club en primera persona y que comparten la alegría de sus victorias y la tristeza de sus derrotas. Esos, los de la primera persona, son el fútbol. Sin ellos todo carece de sentido.
Hace ya más años de los que recuerdo leí ‘Fútbol a sol y sombra’, de Eduardo Galeano. Hoy es un buen día para recordarlo. El uruguayo escribe: “Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpentinas y el papel picado: la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia el lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles batiéndose a duelo contra los demonios de turno”.
Hornby, en su historia con el Arsenal que relata en ‘Fiebre en las gradas’, también hace una apología a la hinchada. No necesita explicación. “Parte del placer que se tiene en un estadio de fútbol es una mezcla de lo indirecto y lo parasitario, a que a menos que uno esté en el Fondo Norte, o en el Kop si uno es hincha el Liverpool, o en Stretford End si el equipo de sus amores es el Manchester United, confía plenamente en que sean otros los que aporten el ambiente, y el ambiente es uno de los ingredientes clave de la experiencia futbolística. Estos inmensos fondos son tan vitales para los clubs como para los propios jugadores, no solo porque los ocupantes de los fondos manifiestan sonoramente su apoyo incondicional al equipo, no solo porque proporcionan al club cuantiosas sumas con cada partido (aunque estos factores no sean ni mucho menos desdeñables), sino sobre todo porque sin su concurso nadie se tomaría la molestia de ir al campo”.
Yo no sé lo que voy a ver estos días por la televisión, pero si algo tengo claro es que no será mi fútbol. Para mí, el encuentro se basa en utilizar la excusa del juego para mirar continuamente de un fondo a otro, sentir como los de corto viven al compás de los cánticos y las formas culturales se manifiestan en los comportamientos. Estos días habrá goles y filigranas, pero nadie las celebrará. Habrá silencio, vacío, soledad. El fútbol no aislará ni celebrará, dejará de ser deporte popular. Sin la hinchada, cuatro patadas y nada más.